Retorciendo el rizo. Si hay alguien que se desmarque de lo convencional ése es el quinteto navarro: El columpio asesino es una de esas bandas claramente personalistas e identitarias que ofrecen una propuesta fuera del circuito generalista, y lo vuelven a demostrar con Ballenas muertas en San Sabastián (2014), dónde los títulos de sus pistas y su acertada y coherente portada manifiestan que los tiros aquí van por otro lado.
Como los anillos infernales cosmovisionados por Dante el viaje se va desgranando a través de 9 espirales sonoras que confluyen en un mismo mensaje: elegancias malignas líricamente implosionantes envueltas en una opacidad de sonidos encriptados que crecen y se van enriqueciendo con cada escucha.
Aquí también se destierran los pasteleos, «quedarse a medias no mola nada. Te lanzas al vacío dándolo todo o mejor quedarse quieto» (Ramón Marc).
La alarma está a punto de estallar, la tensión llega a ser homicida. Damoclinianas estalactitas y estalagmitas, la senda es una adherente amenaza melódica que sientes detrás, muy cerca de ti. La fusión de estilos y su inconfundible sonido diferencial alcanzan nuevos picos gloriosamente escarpados. «Transitan por el camino que une electrónica con after punk buscando el reflejo en las sombras. Los sintetizadores entran a degüello tras la intro y comienza la sucesión de mantras marinos» (Álvaro Fierro).
La espectral y reptante Intro (Babel) nos lleva sin remedio al hitazo Babel, en el que El columpio vuelve a demostrar su frescura y eficacia para facturar otro (da gusto seguir gozando de la diamantina Toro) corte brutal, de primer impacto. A ésta se encadena Escalofrío, un temazo que va creciendo terroríficamente.
«Confeti negro, escaparates rotos por San Valentín»: la cuarta pieza, homónima de su empresa, no se queda ni mucho menos atrás para asimismo adquirir legitimasónicamente el halo de himno. Las voces de Álvaro Arizaleta y Cristina Martínez van turnándose en el cuadrilátero para asestar endiabladas y certeras ráfagas.
A la espalda del mar abre una segunda puerta siniestramente entreabierta para adentrarse de lleno en sombrías penumbras y atractivos oscurantismos. Ésta y Anzuelos se refuerzan con un manto de texturas sintetizadas desfiguradas con pulcritud.
En el descenso final hacia las últimas dosis nos esperan colmillos, dentelladas y espasmos para Susúrrame, frenetismo caleidoscópico en La lombriz de tu cuello y la condena ejecutoria irreversible con Entre cactus y azulejos, tintada de diabólicos coros.
Le dan otro vuelta más a la alternatividad configurándose en un «trabajo que busca y encuentra otros horizontes» (José C. Peña). Indiferentemente diferente, obra maestra de la dualidad vocal.
El que avisa no es traidor. No querráis (porque jamás podréis) encontrar paz y sosiego, una vez dentro será difícil huir. Neblinas constantes de enigmas intermitentes. Inquietante, incisivo, morboso, por fases humeantemente gélido, crudo, radical: el álbum te acecha desde la primera nota, no te da tregua, y antes de que te quieras dar cuenta te captura en un punto de no retorno con su electrificante tejido y sus punzadas crípticolaberínticas.
No os arrepentiréis: dejaros atrapar por uno de los mejores discos de éste ya mítico 2014. La formación ha vuelto más en forma que nunca para enrolarse en atmósferas lúgubres reforzando y revistiendo su música para dotarla de ennegrecidas capas y giros acústicos fatalmente seductores.